El alivio de NO ser imprescindible
Si algo he aprendido este verano, es que el sol se pone cada día. Hagas lo que hagas, tanto si intentas cambiar tu ritmo, como si pretendes vivir más intensamente el tiempo. De hecho, el sol se pone aunque no hagas nada en absoluto. El sol sigue su curso.
Igual te parece una reflexión poco importante. Quizá tú ya te habías dado cuenta. A mí me ha costado bastante tiempo reconocer su importancia.
Si formas parte de proyectos colectivos, equipos de trabajo, grupos,… puede que te sientas identificadx.
¿Alguna vez has sentido que no puedes desaparecer de un proyecto-grupo, que en cierta medida, depende de ti? ¿Has asumido más tareas de las que realmente puedes desarrollar? ¿Te cargas de responsabilidades sin que nadie te lo pida? ¿Te resulta difícil delegar? ¿Sueles sentirte cansadx? ¿Confías plenamente en tu gente?
Cuando ocupamos el centro en un proyecto-grupo, a menudo se hace difícil distanciarse. Si te resulta complicado irte, desaparecer, marcharte sin más, puede que necesitemos cuestionar la forma de estar en dicho proyecto-grupo.
Irte para poder volver
A mí me ha pasado. Se te va la cabeza pensando si no deberías mirar el correo para asegurarte de que todo está bien, o dar tu opinión, o aportar en ese documento, o… y sabes que no tiene sentido, que todo está bien. Pero tu cabeza te traiciona.
Cuando te permites irte, puedes observar que no eres imprescindible. Que nadie lo es. Todo sigue su curso, como el sol. Y al principio asusta. ¿Seguirá allí mi lugar?, o quien se fue a Sevilla…
No es una angustia real. Es la resaca que horarios, responsabilidades y expectativas te han dejado. Además, deberíamos preguntarnos por qué necesitamos vivirnos imprescindibles, qué necesidades estoy realmente intentando cubrir. A menudo tienen más que ver conmigo que con el proyecto.
Necesitamos redistribuir el poder
Los proyectos colectivos necesitan diversidad de roles, entre ellos, por supuesto, alguien que “tire del carro”, alguien que mime y cuide el proceso, alguien que tenga en mente fechas y compromisos,… Pero cuando un proyecto colectivo es siempre cuidado y dinamizado por la(s) misma(s) persona(s), deja de ser un espacio de construcción colectiva.
Tiene que ver con los tiempos impuestos desde el exterior-mundo-capitalismo. Su consecuencia es que a menudo no dejamos que los proyectos tengan su ritmo, lleven su ciclo, fluyan. Entiendo los porqués (económicos, estructurales, organizativos,…), pero también siento que necesitamos cuestionar nuestras formas de hacer. Son las formas de hacer y relacionarnos, y no los contenidos de los proyectos-grupos, los que generan transformación social.
Necesitamos redistribuir el poder. Esto es, que todas las personas que formen parte del proyecto-grupo sientan que están en equilibrio entre su dar y su recibir, que se sientan cuidadas, que el centro pueda ser ocupado y desocupado por diversidad de personas, que los roles sean más dinámicos y flexibles, que se potencie el liderazgo situacional, que las decisiones se tomen desde la libertad del disenso, que podamos parar y repensarnos-sentirnos, que nos vivamos con alegría.
Todo está bien: dejarte sentir
Respira, conecta con tus necesidades. Pregúntate qué quieres aportar y qué quieres recibir. Delimita en tu agenda los tiempos de dedicación y de no-dedicación. Crea espacios de cuidados con tu gente donde podáis poner en común vuestras necesidades, personales y colectivas. Prioriza el proceso y las relaciones a los resultados.
Si te dejas sentir, tu cuerpo te chiva las verdades: que necesitas parar y desconectar. Descansa.
Y entonces llega el alivio. El alivio de que puedo decidir estar o no, de poder parar, de poder decir que no, de poder, sencillamente, elegir.
Ahora, que vuelvo a respirarme, que me reencuentro conmigo, puedo volver.
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