El hombre que tengo dentro. Experiencia taller Drag King.
Me abrocho la bragueta, me miro al espejo y me retiro el pelo de la cara con un gesto que es nuevo para mí, y, sin embargo, conozco perfectamente. El proceso se ha iniciado hace rato, pero yo tomo conciencia en ese momento de que mi king está presente. Su mirada que es mía, su gestos que son míos. Me preguntan quién soy, y sé que me llamo Ismael.
Una oleada de energía y ganas de salir a la calle me invade. De repente no soy pero soy, y quiero salir a comerme el mundo. Puedo empezar con la gente que tengo a mi alrededor. Miro altivo y empiezo a meterme con la gente. Una voz me dice que no quiero reproducir una masculinidad que no me gusta, ¡pero se me sale por los poros!
Comienzo a ser un machote, y se me da genial. Hablo alto, miro de reojo a los demás como diciéndo “ni se te ocurra meterme conmigo chaval”, y comienzo a hacer bromas para reprimir comportamentos femeninos (vulnerables) ajenos.
Algo no va bien, tengo un gran conflicto interno entre lo que creo que debería hacer y lo que mi cuerpo está haciendo. No quiero reprimirme, quiero vivir la performatividad que ha nacido frente al espejo, pero mi feminista interna no para de decirme que no, que así no.
Negocio conmigo misma, y me digo que voy a permitirme este “experimento”, y que ya después le pondré cabeza. Así que me sigo…
Fotografías: Irene Colell FotoDiøptrica
Salimos a la calle. Primero me horroriza, después me encanta. Ocupo mucho espacio. Mucho más que mi yo cotidiano. Siento que camino seguro, más lento que de costumbre, con la mirada al frente, y observando a las demás personas. Observo especialmente a los hombres, les miro a los ojos, muchos apartan la mirada. Algo me legitima a sostener la mirada, y lo hago.
Nos sentamos en una plaza a tomar unas birras. La conversación gira en torno a bromas de unos a otros. De repente siento que he vuelto a la adolescencia y estoy viendo al grupo de chicos de mi clase. Rápidamente se genera una jerarquía fácilmente reconocible. Por suerte, no estoy en el grado más bajo. ¡¿Por suerte?!. De nuevo conflictos en mi cabeza.
Fotografía: Irene Colell FotoDiøptrica
La tarde se pasa entre risas, bromas hirientes y comentarios que buscan una posición más elevada en el grupo. Gana el comentario más ofensivo. Caminamos por las calles de barcelona, y entramos en un bar.
Me flipa cuando el camarero grita: “¡chicos! aquí tenéis los bocadillos”. Pero sólo sonrío con la mitad de mi boca, en una emoción no expresada totalmente, controlada y segura.
Al fondo hay un futbolín. “¡Guay!”. Digo… “¡puta madre, co!”. El juego me cabrea. No soy bueno y me cabrea. Me alivio metiéndome con los demás. Me toco la polla para sentirme seguro.
Ya en casa, comienzo a desvestirme. Despidiéndome de cada sensación, de cada movimiento, de cada palabra. Ismael se va diluyendo, pero algo en mí se resiste a perderle.
Perder esa energía poderosa, que ocupa el espacio, que mira a los ojos, que no se esconde, que se ríe muy alto, que camina seguro, y que podría utilizar la violencia. Que no necesita quedar bien con todo el mundo, ni está pendiente de ti todo el rato. Que no habla si no necesita hacerlo. Que se toca los genitales para sentir su placer. El placer de ser quien quiero ser. El placer de ser yo.
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